por YURI F. TÓRREZ
La Reforma Agraria que abolió los grandes latifundios generó su efecto en el imaginario de la oligarquía cochabambina: la “invasión de los indios” con sed de venganza. Aunque esa idea racista se incubó desde la colonia. El 3 de marzo de 1781, en Sacaba, más de un centenar de insurgentes indígenas en situación de apronte estaban apostados en las serranías de Sacaba a sabiendas de que “para los indios no hay cerro que los atage” y, por lo tanto, se erigió en una táctica militar contra los españoles. La respuesta de los soldados realistas del general Manuel Sánchez de Lozada no se dejó esperar. La estrategia militar de éstos consistió en cercarlos alrededor del cerro por un costado. Posteriormente vino la masacre. La justificación de esa matanza giró en torno a la idea recurrente de la “invasión de los indios” sobre Cochabamba que anida en el imaginario de los sectores dominantes. En 1781, la imposibilidad de “tomar la ciudad” por parte de los indios insurgentes cochabambinos de la entonces Villa de Oropesa, hoy ciudad de Cochabamba, se atribuyó, entre otras cosas, a factores míticoreligiosos asociados a la imagen de la Virgen de Mercedes como protectora de la ciudad para la “invasión de los indios”.
Contemporáneamente, sucedió el 11 de enero del 2007 cuando sectores criollos/mestizos de la ciudad de Cochabamba salieron con bates de béisbol y armas punzocortantes para “echar a los campesinos” que se atrevieron “invadir la ciudad”. Entonces, no es casual que esta idea racista nuevamente discurre en el discurso de la Resistencia Juvenil Cochala (RJC) para justificar sus acciones oprobiosas contra las mujeres de pollera y campesinos en el curso de la crisis política de octubre/noviembre de 2019, el propio informe del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) afirma que “tuvo acceso a más de 20 videos donde se puede observar a personas con distintivos de la RJC ejecutando actos de violencia, racismo y discriminación en contra de civiles. Se destaca que, si bien el racismo y la discriminación constituyen un problema estructural de la sociedad boliviana, las prácticas de la RJC fueron especialmente violentas, racistas y discriminatorias”.
Más allá de la acusación de los delitos contra los miembros de la RJC, esta agrupación parapolicial se posicionó grotescamente en el imaginario local. Una imagen construida desde los medios de comunicación, artistas extraviados e incluso intelectuales desubicados que tejieron alrededor de la RJC la idea racista de “defensores de la ciudad” frente a la “invasión india”. Esta agrupación parapolicial con rasgos violentos intentó ser referente de los cochabambinos y hasta hoy goza de artículos elogiosos en los medios impresos del establishment local.
En el ámbito cochabambino, no solo basta con su desarticulación definitiva, sino debe haber una batalla cultural para desactivar esa imagen grotesca asociada a la “defensa de la ciudad”. La RJC es racista y violenta, por lo tanto, no es “una resistencia necesaria” y mucho menos un referente para los cochabambinos, es un monstruo a derrumbar; quizás, este 14 de septiembre podría ser el inicio.
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