FRANCISCO ESCANDÓN GUEVARA
El llamado al país del encuentro fracasó. Lejos de los consensos ofrecidos, la intención de imponer el neoliberalismo fondomonetarista y las políticas de austeridad fueron las detonantes de varias protestas sociales que se unificaron y generalizaron en el paro indígena y popular.
Mientras las movilizaciones y el descontento contra el régimen crecen, Lasso intenta ocultar la escena de la represión policial y militar, incluso los asesinatos, con el sermón de un diálogo inquisidor en el que posiciona a los manifestantes como violentos y enemigos de la sociedad.
Así se busca criminalizar la protesta para legitimar la coerción y el modelo económico-político gubernamental; a ese tenor la caja de resonancia de los emporios de la comunicación desinforman, las cámaras empresariales declaran pérdidas y las otras funciones del Estado se ofrecen como mediadoras.
Ellos reproducen el discurso iracundo del gobierno, se encargan de censurar el poncho, el sombrero, las chalinas o las coronas de plumas. Esas élites que se avergüenzan de su mestizaje, que reclaman blanquear las ciudades, especialmente Quito, califican a los indígenas como hediondos, vándalos, terroristas, golpistas y enemigos de la democracia. Evidentemente no son neutrales, ni apolíticos, son decididamente defensores del status quo, de las desigualdades, del gobierno de Lasso.
Marchan con bandera blanca, disfrazados de paz, mientras corean cánticos pestilentes de racismo, xenofobia y odio. Son supremacistas criollos, adoradores del fascismo, que lustran sus intereses clasistas con la estirpe colonial de sus apellidos y la organización de hordas paramilitares que provocan incidentes y disparan sin ley contra manifestantes.
De esa forma se cierran las puertas a un diálogo real y se reduce las políticas públicas a la narrativa del monólogo presidencial, que abraza como suyas las órdenes del Fondo Monetario Internacional. La tozudez y vanidad del banquero, sus errores políticos, lo está llevando al borde del abismo.
La inconformidad social quiere ser cosechada por el correísmo que tramita la destitución de Lasso y el adelanto de las elecciones presidenciales. ¿Acaso olvidan que son parte del problema o prescinden de los acuerdos con el banquero para la impunidad de los corruptos?
Si Lasso cae será el reflejo del rechazo popular a su dogmatismo neoliberal y no obra del oportunismo de cualquier institución sin credibilidad. En la calle madura la idea que se vayan todos, que el pueblo organice su propio gobierno.
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