por CHRISTIAN JIMÉNEZ KANAHUATY
La Biblioteca del Bicentenario de Bolivia recientemente ha publicado el libro Obra reunida de José Antonio Arze (BBB, 2021) y de ese modo llena, en cierto modo, un vacío acerca de la escritura, el pensamiento político y la reflexión teórica de Arze. El trabajo del autor hasta el momento circulaba, si no de forma clandestina, por medio de fotocopias y manuscritos que en cierto modo necesitaban una revisión crítica y una edición que valorará de mejor modo el trabajo de Arze en relación al marxismo en general y al marxismo latinoamericano en particular, todo eso mediado por una fina lectura de la historia contemporánea de Bolivia.
Como el mismo Arze reconoce todo marxismo deviene de una lectura de los clásicos, pero sobre todo en esta región de un diálogo con José Carlos Mariategui. Como telón de fondo vuelan las ideas de los 7 ensayos de la realidad peruana. Sin embargo, allá donde Mariategui piensa la realidad desde un marxismo más heterogéneo, derivado de Gramsci y su noción de cultura y hegemonía, Arze radicaliza su pensamiento, anclándolo al ideario de un marxismo que va contra el trostskismo y, en cierto modo, también contra las lecturas modernas del marxismo. Las piensa como revisionistas y las entiende como farsas teóricas.
Arze es deudor de un materialismo político que interpela a la realidad desde la concepción de la lucha de clases y de la estructura de dominación. Todo esto, si bien ayuda a la comprensión de la realidad social, es también una cárcel teórica que a Arze no le permite ver las dinámicas sociales que escapan a la noción de clase. Incluso cuando piensa el campesinado o el determinado “problema de la tierra” lo hace desde una visión de medios de producción sobre la identidad y la cultura, problemas que desde mediados del siglo veinte serán los núcleos problemáticos de la concepción de Estado y nación en los andes.
Y es llamativo este trabajo también porque permite ver cómo incluso cuando piensa la literatura lo hace desde la materialidad del hecho estético y no desde la misma narrativa y sus problemas. En ese sentido, es en cierto modo el antecedente de elaboraciones teóricas desde el marxismo sobre la literatura que encuentran un alto punto de desarrollo en América Latina con los trabajos del ecuatoriano Agustín Cueva, cuyos libros Entre la ira y la esperanza y Literatura y conciencia histórica en América Latina apuntan hacia un modo de interpretación de la narrativa que da cuenta de los procesos de formación política de la propia narrativa, como una forma de autonomía de la literatura frente a la política y, luego, como un discurso que, siendo ante todo estético y literario, no deja de tener influencia política en el orden social del conocimiento de las sociedades y su transformación económica en el siglo XX.
Arze, por su lado, como otros marxistas de su tiempo, encara el proceso de elaboración teórica como si fuese un combate al interior del mismo marxismo. Enfrentamientos con liberales como Kempff Mercado o con autoridades del calibre de Enrique Peñaranda, dan la oportunidad a Arze de reafirmar sus principios e ilustrar sus postulados con el ánimo de desbaratar las ideas de los contendientes. Dentro del marxismo de Arze parece que todo adquiere un sentido maniqueo de la realidad. La ortodoxía limita los matices y no vislumbra los debates posteriores que vendrán con la revolución de abril de 1952.
Así, por ejemplo, no se podría decir que Arze es el precursor de Sergio Almaraz Paz ni de René Zavaleta Mercado, mucho menos de Marcelo Quiroga Santa Cruz, aunque es verdad que a éste último se encontraría más cercano, en la medida en que piensa la dependencia como una faceta de la dominación capitalista y que es cierto que está, en ciertas oportunidades, encarnada en las fuerzas militares y en la empresa privada. Lo acercan también algunos aspectos que tienen que ver con la relación que se establece entre revolución y conocimiento o lo que es lo mismo: universidad y sociedad. En ese sentido, los preceptos de Arze encaran una revolución socialista al interior de las instituciones sociales y estatales, pero lo hacen desde el horizonte de la lucha de clases que no termina de cuajar la revolución moral e intelectual que propone Gramsci para establecer un nuevo pacto entre Estado y sociedad.
No es que existan deficiencias en el trabajo teórico y de coyuntura que Arze emprende. Lo que sucede es que el tiempo político del cual se nutre Arze está marcado por otros combates, como si Arze tuviera que verse enfrentado primero con las líneas marxistas, contrarias a su pensamiento, antes que elaborar sistemáticamente un pensamiento propio y no sólo modelos introductorios del marxismo para ser difundidos en Bolivia. Arze pasa más tiempo cuestionando a los marxistas críticos y revisionistas que pensando formas de llevar el marxismo a la práctica política. Y esto no debe mal entenderse, dado que el molde por el cual Arze piensa que el marxismo debe irradiar su concepción de mundo y, según sus palabras, “de universo”, es por medio del partido político y por medio del diálogo desde la filosofía materialista. Sin embargo, en cierto modo parece ser él mismo un adelantado a su propio planteamiento, porque ni la sociedad ni los intelectuales del momento están preparados para dichas propuestas de realización.
En ese sentido, el trabajo de Arze, más que producir en este momento vías de resolución para la crisis o para encontrar alternativas teóricas con las cuales pensar el presente, encuentra un límite al momento en que tiene una visión ambigua sobre los partidos políticos que se ve reflejado en cierto modo en el texto “Panorama de los partidos políticos bolivianos en 1947”, que acompaña de forma casi perfecta y natural lo que anuncia en su texto, firmado en 1945 bajo el título de “Bolivia bajo el terrorismo nazi-facista”. Y aunque estos textos en sí mismos son de un gran valor, leídos en su relación al interior de esta Obra reunida, proponen una mirada sobre el modo en que Arze establece un argumento desglosado para desarmar a sus oponentes.
Pero Arze está preso de sus propios intereses y es cuando le gana la coyuntura y el día a día de la reflexión y permite espacios libres de confrontación, como los que tienen que ver con la organización misma de la economía y con el modelo en Bolivia en que funciona la clase social frente a las condiciones regionales y culturales. Y si esto se conoce a mayor profundidad en el presente, dados los conflictos sociales derivados de la revolución del 52 y las luchas y levantamientos sociales de finales de siglo, Arze no deja de tener injerencia en el momento en que todo el peso lo coloca en la estructura del poder político, ratificado en la figura del jefe de gobierno. En ese sentido, el análisis de Arze no deja de ser personalista y esto no por culpa suya, sino porque los mismos marxistas trataban el problema político de esta manera: no como estructuras de dominación, sino como personas particulares que detentaban y acumulaban el poder.
Tenemos dentro de ésa línea de pensamiento la noción de “rosca”, establecida por Sergio Almaraz Paz, o las ideas que Zavaleta Mercado vierte alrededor de la “paradoja señorial”; en ambas conceptualizaciones lo que permite el trabajo teórico es un profundo conocimiento de las personas de las cuales se habla. Arze, sin embargo, no logra convertir lo particular en general, es decir, no construye el nivel que lo llevará de la reflexión de coyuntura a la abstracción. Y es quizá por ello que el pensamiento de José Antonio Arze no sea visitado con mayor frecuencia en nuestros días tanto por estudiantes como por investigadores.
Es probable que, sin quererlo, Arze nos deje ver el límite que impone a la reflexión sociológica el prejuicio de clase anclado en la persona. Si acaso hubiera dejado aquellos rasgos para concentrarse en las continuidades que producen las abstracciones, su pensamiento hubiera sido más rico y sus resultados habrían dado como consecuencia una reorganización del partido comunista y de sus líneas programáticas. Incluso le habría resultado más útil la lectura de la literatura boliviana, porque en ella se cifran ideas, imaginarios y conductas que dentro de un análisis marxista menos ortodoxo hubieran convertido la teoría en algo más dinámico y, por ende, con mayores capacidades de interrogación del presente y de las contradicciones sociales que fundan toda narrativa.
Tener, entonces, la Obra reunida de José Antonio Arze nos permite no sólo seguir una línea fundante del pensamiento político boliviano y las formas en que se pensó el marxismo desde América Latina, sino que, en segunda instancia nos ayuda a comprender los debates implícitos a los que se enfrentó el marxismo en su hora primigenia, al momento de ser difundido y tratado como una ciencia y no sólo como una ideología. Al mismo tiempo, este libro nos propone el ideario intelectual de un marxista que piensa la realidad desde principios materialistas que pretende convertir en matrices generales de la interpretación de la sociedad, y que en su camino se encuentra con contradicciones y con críticos que harán del debate político el espacio para detener la larga marcha del marxismo. Finalmente, también nos permite ver cómo se piensa el marxismo desde su ortodoxia y desde la posibilidad casi imposible de pensarse a sí misma como una teoría en construcción y no como un sistema acabado. Arze mismo se enfrenta a éste problema, pero siente que hacerlo de forma rigurosa es darle armas al enemigo. Tal vez por ello la franqueza de Arze esté más en su encasillamiento que en repensar su posición frente a la sociedad y, sobre todo, sobre el marxismo que practica y difunde.
Así, al pensar en el marxismo no parecería ser justo sólo tener en cuenta cuestiones contemporáneas, sino que es necesario ver su periodo de formación, difusión y recepción. Sólo de esa manera se podrán entender contradicciones o el caminar a tientas de la intelectualidad de izquierda cuando necesitan pensar el país más allá de las razones teóricas de un marxismo que, en cierto modo, ha sido pensado como materialismo histórico por unos, mientras que para otros fue más una dialéctica fructífera que nutrió sus ideas y visiones de mundo. En ese intermedio es que se encuentra también el aliento que subyace en la escritura de muchos de los textos reunidos en este libro. Arze mismo parece transitar por ambas visiones del marxismo, sin decidirse por el mejor o por aquel que le permita construir una interpretación que rebase los sentidos comunes que el mismo marxismo impone.
Más allá de esto, el libro tiene todos estos valores y, además, el valor testimonial al ser el producto de una recolección de textos, producto de su época de reflexión y de su tiempo político. Sólo queda, por ello, pensar el libro para repensar las nociones que sobre el marxismo a la boliviana se han tejido desde mediados de siglo XX.
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