Sobre la autora
Yashu Zhang es escritora de no ficción. Se graduó de Middlebury College (EE.UU) y de la Universidad de Cambridge (Inglaterra), donde estudió literatura inglesa y estadounidense, español y lingüística.
Sus trabajos han sido publicados por destacados medios de comunicación como el New York Times, The World, Sixth Tone, entre otros.
Tengo 28 años, no tengo hijos y quiero tener más de uno. Digo esto siendo hija única.
Lamento la ausencia del hermano menor que podría haber tenido si mis padres no lo hubieran abortado. Pero no había manera de evitarlo. “Tener un segundo hijo era como pasarse la luz roja de alto“, dijo mi madre. “Iba en contra de la ley”.
Me sentí sola al crecer. Después de que el gobierno chino anunciara la semana pasada que las parejas casadas ahora podrán tener hasta tres hijos, les pregunté a mis padres, ambos nacidos mucho antes de la política del hijo único y ambos con hermanos, si querían tener más hijos. Mi madre dijo: “Sí. En caso de morir —bueno, en algún momento moriremos— seguirías estando acompañada”.
Tengo el mismo deseo para mi futuro hijo: quiero que tenga alguien con quien jugar cuando mi marido y yo necesitemos salir a trabajar y alguien con quién llorar cuando tengamos una discusión.
Cuando hace poco le conté a una colega, otra mujer casada ya bien entrada en los veintitantos, que mi objetivo era tener tres o cuatro hijos, se quedó boquiabierta y dijo: “Eres una rareza entre las jóvenes chinas”.
Sospecho que pienso distinto en parte porque estoy casada con un extranjero; si quiero saltarme las reglas, puedo salir de China. La mayoría de las mujeres jóvenes de aquí están en otro barco y las reacciones de mucha gente a la nueva política del gobierno me han hecho consciente de ello.
Esta política también nos ha recordado a todos que nos estamos librando de los antiguos límites y multas por tener hijos “extra”, sólo porque la población china está envejeciendo y el gobierno está preocupado por las implicaciones económicas. Nos ha recordado que dar a luz sigue sin ser una elección personal —no lo ha sido desde hace cuarenta años—, que nuestros cuerpos todavía no nos pertenecen, que cada uno de nosotros no es más que un engranaje de una gigantesca maquinaria llamada desarrollo nacional.
Incluso mis padres, al enterarse de la noticia, se preocuparon de inmediato por la presión a la que se enfrentarían las personas de mi edad: ¿imaginan una pareja criando a tres hijos y cuidando a cuatro padres? Mis padres no invirtieron tanto en su única hija sólo para verla llegar a la mediana edad con tantas cargas económicas.
Cuando pregunté a una amiga, madre de un niño de ocho años, sobre la nueva política de tres hijos, se puso a calcular los gastos de su único hijo: lo que paga cada mes por la leche, las colegiaturas y las cuatro actividades extraescolares equivale al salario promedio de un oficinista. A esto hay que añadir los gastos médicos, la hipoteca, el financiamiento del coche, etc. “Todavía estoy tratando de decidir si quiero tener un segundo hijo”, dijo. “Quisiera, pero tendría que trabajar mucho para permitírmelo”.
Para mis abuelos, dar a luz a otro hijo no significaba más que, como dice el refrán, “echarle más agua al ‘congee’ (sopa de arroz)". Era como tener una planta en el jardín: bastaba con regarla de vez en cuando para asegurarse de que siguiera viva.
Pero hoy en día, tener un hijo en una ciudad de primer nivel en China significa que hay que pagar millones de yuanes sólo para permitirse vivir en un distrito con buenas escuelas, y también significa tener que preparar otro apartamento para cuando se case. Mi madre ha dicho en broma: “Antes decíamos ‘duo zi duo fu’ (más hijos, más fortuna); ¡ahora es ‘duo zi duo baofu’ (más hijos, más carga)!”.
Así que, si se preguntan qué efecto tendrá la nueva política de natalidad en la mayoría de las mujeres chinas, la respuesta es: tal vez ninguno. Desde que la política pública del hijo único se levantó por completo en 2016, muchas parejas jóvenes aún no han tenido más de un hijo. A excepción de los muy ricos, que pueden permitirse todos los hijos que quieran, y de los muy pobres, que dependen de los hijos para que los cuiden, la política de los tres hijos no supondrá una gran diferencia.
Sin embargo, el día en que se anunció no pasó inadvertida para mucha gente: las redes sociales se llenaron de burlas y quejas. Sí, incluso ahora que podemos tener tres hijos, incluso ahora que fomentan que demos a luz —en lugar de esterilizarnos de manera forzada u obligarnos a abortar— también nos recuerdan que parir está regulado.
Hay que darle su reconocimiento a los controles de natalidad de China. En primer lugar, liberaron la mente de los chinos de un pensamiento tradicional. Una consecuencia de la política de un sólo hijo fue que las hijas únicas empezaron a recibir más atención y más recursos que antes y con el tiempo la gente cambió la opinión que tenía sobre las niñas. Al menos en las ciudades, la gente no parece tener preferencia por los niños en lugar de las niñas.
Las que somos hijos únicos y hemos tenido una vida material decente, hemos podido pensar en nuestros objetivos individuales y, para nosotras las mujeres, eso ha significado no tener que depender de dar a luz como medida de nuestra valía.
Pero hay un lado negativo. Las mujeres chinas solíamos vivir para mantener nuestro linaje; ahora vivimos para criar un hijo caro. En la actualidad, todo en China es una mercancía, incluidos nuestros hijos. La educación y la vivienda, asuntos tan personales, tienen un costo prohibitivo, lo que deja a los jóvenes con pocas opciones.
En comparación con muchos de ellos, yo puedo reclamar más agencia como madre y como mujer, porque resulta que estoy casada con un extranjero y puedo vivir en otro país. Esa no debería ser una condición para tener el control sobre nuestro cuerpo.
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