YURI F. TÓRREZ
La Ilíada se inició con una epidemia que azotó al campamento griego. Tras 10 años de asedio al pie de la muralla troyana, miles de soldados griegos morían, no a causa de la espada, sino de la peste. Los que sobrevivían, seguramente estaban confinados, temerosos, protegiéndose, tratando de no contagiarse. Obviamente, para los griegos no existían preguntas científicas: murciélago o pangolín, sino la culpa de esta enfermedad tenía una explicación divina: era un castigo de Apolo. Empero, en la Ilíada, además, hay historias que dan cuenta de la miseria de la guerra que, al mismo tiempo, coincidió con las pestes o las epidemias.
De la misma manera, la Primera Guerra Mundial en 1918 coincidió con la gripe española. El éxodo masivo de soldados, animales de transporte (caballos, por ejemplo) y de alimentos (cerdos, patos y gallinas) se erigieron en huéspedes habituales donde anidó el virus de la gripa. En Bolivia también un horror sanitario coincidió con la guerra. En 1878 se sufrió una calamidad sanitaria: un tifus acompañado de una sequía. Ambos hicieron estragos. Cuando la población asimilaba las secuelas de esta hecatombe, en los primeros meses de 1879, la invasión chilena a las costas bolivianas provocó la Guerra del Pacífico. Entonces, no es la primera vez que ambas atrocidades convergen —o existe correlación— entre ambas.
Las pandemias son fenómenos biológicos, las guerras son provocadas por los hombres, empero, ambas son dolorosas. No solamente por su impacto por los datos mortuorios: epidemias y guerras generan más muertos en la historia de la humanidad, sino también por sus efectos psicosociales.
En su novela La peste, Albert Camus decía: “Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras y, sin embargo, pestes y guerras cogen a las gentes siempre desprevenidas”. Ambas llegan sin previo anuncio, en un cerrar de ojos. Se instaló en nuestra cotidianidad y en la agenda mediática y política que tienen un signo en común: la muerte, porque generan un miedo, el miedo a la muerte. Esa sensación que la muerte acecha a la vida es horrorosa. Quizás, la coincidencia temporal de ambas incrementa ese miedo por la muerte.
Cuando estábamos preparándonos para salir de esta dolorosa pandemia, escuchamos, nuevamente, clarines de guerra. Aquí no interesa escudriñar las causas y los culpables de la crisis internacional entre Rusia y Ucrania, sino los efectos psicosociales que están produciendo los medios y, obviamente, las redes sociales en torno a este conflicto.
Paralelamente, a la aparición de la pandemia del COVID-19 irrumpió abruptamente otro virus: la pandemia sobre el exceso de información y/o desinformación, o sea, la “infodemia”. No es solamente por la abundancia, sino, sobre todo, por las fake news. Ese horror de las informaciones falsas o tergiversadas que sirven en muchos casos, sobre todo, en tiempos de crisis política o de guerra para armar narrativas políticas a costa de las verdades histórica de los hechos. Eso hemos vivido en Bolivia a propósito de la peste política que fue el golpe de Estado reciente, que era un estado de guerra (momento en que está instalada la idea de voluntad de enfrentarse), como dice Thomas Hobbes. Este periodo, además, coincidió, como si fuera parte de una carnada desalmada, con la llegada del coronavirus. Hoy junto con la pandemia aparece el miedo por una nueva guerra mundial anunciada por la ciberguerra, solo sirve para generar nuevamente miedo por la muerte en la gente.
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