por Jaime Chuchuca Serrano I ECUADOR
El asesinato del candidato conservador Fernando Villavicencio ha estremecido a Ecuador. El autor reflexiona sobre las consecuencias políticas de este deplorable crimen.
El asesinato de Fernando Villavicencio, a pocos días del crimen contra el alcalde de Manta, Agustín Intriago, no es el comienzo, sino el auge de la normalización de la violencia en Ecuador. La muerte de miles de ecuatorianos, incluyendo niños, ante la mirada indolente del Estado y la sociedad abonó el terreno. La Muerte Cruzada de Lasso, que debió ser una muerte simbólica del presidente y asambleístas, se ha convertido en una muerte de fuego cruzado.
No podemos desviar la mirada, los objetivos políticos en Latinoamérica son custodiados por fuerzas feroces. Las élites constituidas han recurrido a diferentes formas de esclavización, servilismo, sometimiento asalariado y precarización, ahora la criminalidad, la violencia social y política, proliferan como principal medio de acumulación. Esta guerra oculta a los verdaderos jefes, a los autores intelectuales, que viven de las delicias del poder, y que se pintan con grupos de asesinos a sueldo, que usan cárceles, policías, generales, asambleístas, presidentes.
No se puede ocultar, que paradójicamente la muerte de Fernando Villavicencio beneficia políticamente a la misma derecha. Las organizaciones políticas conservadoras más grandes se dividieron en tres binomios: Sonnenholzner-Paredes, Topic-Jácome y Villavicencio-González. El probable electorado de Villavicencio, no irá a las candidaturas de la centroizquierda de Yaku Pérez y Nory Pinela, ni al correísmo con Luisa González y Andrés Arauz. Un segmento votará por el mismo binomio de Villavicencio, y otros se dividirán entre Otto Sonnenholzner y Jan Topic.
Los asesinatos de Jorge Eliécer Gaitán (1948) en Colombia, de Salvador Allende en Chile (1973), de Omar Torrijos en Panamá (1981), de Abdón Calderón Muñoz (1978) y Jaime Roldós Aguilera en Ecuador (1981), cambiaron la correlación de fuerzas y la perspectiva democrática para los siguientes años. Después de estos hechos, cada país, a su tiempo, viró a la derecha y extrema derecha, a la dictadura, a la fuerza de las armas, a la incursión extranjera de EEUU, pero eso no es una ley, depende de la voluntad de los pueblos.
El asesinato de Villavicencio es de gravedad y trascendencia política y democrática, y por lo tanto cambia la estructura de oportunidades políticas de todos los binomios que se encuentran a la delantera. La victimización, las mutuas acusaciones y la búsqueda de culpables del asesinato de Villavicencio, se ha convertido en una forma de conseguir votos para el 20 de agosto, por diferentes tácticas utilizadas en los medios, en el discurso, en el ánimo de la gente. En estos aciagos días, se fortalecerá el discurso de la violencia de Estado, de la seguridad, del ataque sin cuartel, para que después, en las calles, continué el estado de violencia social para los ciudadanos, sobre todo de pies descalzos. Los ecuatorianos y ecuatorianas tenemos el reto de alzarnos contra las castas que han gobernado las últimas décadas.
¿A quién le interesa que Ecuador, el estrecho de paz, se haya convertido en la Colombia violenta de décadas, en el Perú del terrorismo de Estado y el narcotráfico? Un Estado verdaderamente democrático deberá sacar a la luz a las oligarquías de la violencia y a los carteles de la corrupción que están rigiendo los destinos de nuestra patria, a las empresas legales e ilegales de armas, a los grandes círculos financieros que lavan dinero, a las fuerzas extractivistas que lucran con la muerte.
Parece que fue hace demasiado tiempo, pero hace pocos años se podía leer: “Ecuador, país de paz”, y no nos sorprendíamos, casi ni lo notábamos, pero ahora se ha convertido en el objetivo político esencial de nuestros días. La vida armónica entre el ser humano y la naturaleza, la prevalencia de los derechos del ser humano sobre el capital, el respeto a la vida, el impulso al comportamiento humano, amable, cortés, solidario y ético, es más necesario que nunca.
El 10 de agosto de 1809, las fuerzas invasoras españolas estaban claras en el frente, en este 10 de agosto de 2023, son enemigos internos, ocultos, disfrazados, que nos desangran. Hoy el pueblo no puede sino gritar por la independencia ecuatoriana, por la vida y la libertad, contra el pacto de las élites y oligarquías que nos sometieron a un estado de violencia permanente.
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